Uno de los logros del buen cine es reflejar, de una u otra forma, “la vida real “ en la pantalla. Es así como diversas obras han recogido y tratado el tema de la inmigración desde distintos ángulos, a veces como punto de partida o simple decorado, otras como su argumento.
Si nos fijamos en los filmes de calidad, tenemos la excelente película iraní, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, A Separation. En este caso, el realizador toma el punto de vista de los que se quedan.
Una emancipada mujer iraní toma la decisión de emigrar para que su hija de 11 años no crezca presa de las duras reglas religiosas impuestas por las autoridades iraníes. Su esposo no puede, la niña decide quedarse con el padre y la mujer decide divorciarse para partir sola. En ese momento, los tres comienzan a vivir una serie de hechos originados por esta decisión.
El lado feo de la inmigración lo muestra el director Danés Lars Von Trier con su película Dancer in the Dark. En una crítica abierta a la sociedad estadounidense, la obra nos muestra los abusos exagerados contra una inmigrante checa trabajadora de una fábrica madre soltera que se está quedando ciega. Uff, ¿qué peor? Por eso el adjetivo “exagerados”.
Del lado más hollywoodense, tenemos Crossing Over, una película que, al estilo de historias independientes que se cruzan al estilo Amores Perros, nos muestra una serie de dramas protagonizados por inmigrantes tratando de alcanzar el sueño americano, dicho en otras palabras, hacerse como sea de una Green Card, pero no siempre por los mejores medios.
Finalmente, una buena película chilena, la sobria y delicada La Vida de los Peces, nos hace espectadores de las decisiones de un chileno radicado en Alemania que disfruta de lo bueno de la vida en “un mejor país”, pero que vuelve a Chile en lo que él cree será su último viaje antes de establecerse definitivamente en Europa. Y no sólo vuelve a buscar sus pertenecias y alimentar su nostalgia, sino que, quizás sin darse cuenta, vuelve a tratar de recuperar un viejo amor.
Publicado: 4 de octubre, 2012
Texto: Abel Fuchslocher
