Para muchos, levantarse temprano nada tiene de agradable; sin embargo, adquiere un sabor más amargo para quienes carecen de una motivación profesional que los impulse a enfrentar la jornada diaria. Ellos ya se lanzan de la cama convencidos de que nada llenará sus expectativas personales. Cada mañana se les esfuma el deseo de dar gracias a Dios o a la naturaleza por estar vivos.
Son esos seres humanos que realizan una labor ajena a sus gustos o vocaciones. Muchas veces, para ser justos, porque no les queda otra alternativa: necesitan el dinero que los sostiene, pero su trabajo no satisface en nada sus exigencias espirituales. Lo más dañino, en realidad, no es hacerlo, sino resignarse.
Las consecuencias son nefastas para quienes se resignan, porque terminan abandonando sus sueños; se conforman con lo material, a costa de su felicidad interna; bregan, casi siempre, por hacer realidad los sueños de otros; no aprovechan sus potencialidades únicas y verdaderas. La vida, entonces, se les torna monótona y agobiante.
Es iluso pensar que todos podemos trabajar en la esfera que más nos satisface espiritualmente. Sería una utopía plantearlo, sobre todo en un mundo a merced de los vaivenes de una economía globalizada. Sin embargo, podemos dedicar tiempo a reflexionar sobre las razones que nos mantienen haciendo lo que no nos gusta y, de paso, adquirir conciencia de cambio. Nunca formar parte de un ejército de resignados.
Con optimismo, lo más conveniente es prepararse y, si es posible, provocar el cambio. Lo más triste que puede sucedernos es no estar preparados y desaprovechar el momento oportuno. ¡La verdadera oportunidad es aquella que nos sorprende listos para tomarle la palabra!
Confucio, el gran filosofo chino, en cierta ocasión aconseja a un amigo y le dice: "Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida".
Puede que el trabajo que nos guste sea menos remunerado y, por diversos motivos, el cambio sea improcedente. Es una realidad que la vida se mueve en medio de la oferta y la demanda; pero cualquiera que sea la decisión que adoptemos, no olvidemos nunca nuestras necesidades espirituales. Y, sobre todo, hagamos de cada mañana el tiempo perfecto para agradecer y diseñar el cambio.