¡Toda creación humana tiene que ser imaginada antes! La fuerza de la imaginación transforma la realidad material y la subordina a nuestros intereses. Según Friedrich Nietzsche, "el mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la entelequia del ser humano".
Imaginar significa darle paso a los sueños, echar a andar el motor que nos impulsa a luchar en la vida, cambiar lo que tiene que ser cambiado y la posibilidad de convertirnos en mejores seres humanos. ¡Imagina, sueña, cambia, crea, triunfa!
De niños damos riendas sueltas a la fantasía. De mayores es diferente, el entorno ejerce una influencia determinante en la manera de pensar y actuar, se pierde la castidad infantil y parece eclipsarse la capacidad de imaginar.
Este mundo vertiginoso y sustantivo, adicto a las sensaciones físicas, nos absorbe. Muchas veces la imaginación, poderosa pero etérea, se esfuma en medio de la avalancha material. Malogrando el fruto más jugoso de ese regalo divino que es la inteligencia, nos negamos a soñar, nos inmovilizamos, el temor a la vida hace de las suyas.
"La imaginación es la voz del atrevimiento", dijo Henry Miller, y en la vida, para triunfar, hay que atreverse. Inmersos de lleno en el día a día, en medio de toda una ensarta de compromisos, a veces, sin percatarnos, la imaginación se nos disuelve, dejamos de soñar y el intelecto se adormece.
Nos roe la mediocridad porque imaginar es pensar y solo el pensamiento lógico e imaginativo desarrolla nuestro intelecto. Caemos en un círculo vicioso negativo: no imaginar, no soñar, no hacer y, si no hacemos, ¿para qué imaginar y soñar?
Como nuestro cuerpo físico, es básico ejercitar la imaginación y mantenerla activa. Aprovechemos los momentos de descanso, en medio de la relajación, antes de dormir o al levantarnos, y démonos la libertad de imaginar, visualicemos imágenes deseadas, sueños cumplidos, percibamos la felicidad y seguro que estará más cerca de nosotros.
Nada como leer y saber escuchar para alimentar la imaginación y el intelecto. Cuando lo hacemos, nuestra mente crea imágenes, rostros, formas, colores, paisajes, atmósferas de todo tipo. Nos cargamos de argumentos, enriquecemos nuestro poder imaginativo, se nutre el pensamiento.
Durante mis años universitarios leí "El dinosaurio", un cuento de solo siete palabras, de Augusto Monterroso. Dice así: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
Me acercó a un célebre profesor convencido de la incapacidad literaria del cuento. Su respuesta fue convincente: "No tiene belleza literaria, pero te aseguro que mueve tu imaginación, eso es crear". Aquí te lo dejo. ¡Liberemos la imaginación!