Vaya por delante que, si ya era habitual sentir ansiedad laboral antes de esta crisis, ahora se ha convertido en un problema casi tan extendido como el coronavirus.
La OMS cifraba en más de 250 millones las personas que sufrían trastornos por ansiedad en su puesto de trabajo antes de la pandemia. En situaciones de emergencia, como la que vivimos, el problema se ha disparado y es causa de tristeza, desaliento, problemas para conciliar el sueño, trastornos gastrointestinales, cambios de carácter… Cuidar la salud mental propia y de los trabajadores en estos momentos constituye una prioridad empresarial.
Los datos de afectados por COVID-19, el número de contagios, las tasas de mortalidad son terribles. También lo es el parón de la economía. Hay muchas personas que han visto reducidos o incluso suprimidos de golpe sus ingresos; multitud de gente ha sido despedida o infinidad de empresarios ignoran qué pasará después, si recuperarán su actividad, si podrán hacer frente a los pagos atrasados…
Todo esto es así de crudo y, consecuentemente, provoca ansiedad. Por eso es importante aprender a gestionarla. Mis propuestas son:
Reducir y seleccionar el consumo de noticias. No hay por qué ser fieles a nuestras fuentes de información de toda la vida, sino elegir aquellas fiables, rechazar las alarmistas y las que se dediquen a alimentar el miedo, las noticias falsas y el odio. Basta con un momento al día, por la mañana o por la noche, o brevemente en dos bandas horarias, para saber cómo va todo y, a continuación, desconectar y dedicarse a otros asuntos.
Tener una agenda laboral repleta. El día a día debe estar enfocado hacia el cumplimiento de objetivos, con un horario profesional que permita conectar con los equipos de trabajo, mediante una comunicación cercana, clara y personalizada, donde se cuiden las emociones de las personas y se dé respuesta a sus necesidades individuales. En el caso de que el trabajo esté paralizado, la teleformación puede ocupar el grueso del horario laboral.