Foto: Stevo Vasiljevic - Reuters
Todos los años, los diccionarios Oxford seleccionan una palabra que haya sido la más predominante o notable durante los últimos doce meses. No requiere ser una palabra nueva y a todas luces por la selección de este año, la palabra puede ser compuesta, tampoco se requiere que la popularidad o simbología de la palabra coincida en Estados Unidos y en el Reino Unido, a veces sucede, otras no.
En el caso de palabras nuevas, el ser la ganadora del año no le garantiza el ingreso inmediato al diccionario Oxford. Es así como Sudoku, Podcast (2005), carbón footprint (2007), unfriend (2009), selfie (2013), carita con las lágrimas de emoción (2015) ganaron en los años anteriores. Curiosamente en el caso de las citadas palabras, estas también se popularizaron en el uso cotidiano del español, aun cuando la única que hizo su ingreso al diccionario de la Real Academia como americanismo fue Sudoku.
Los cambios geopolíticos y sobre todo socio-económicos, la situación financiera, los conflictos, los desplazamientos forzados, la agitada agenda política, los procesos electorales, el desprestigio de los medios de comunicación, los movimientos emergentes, las nuevas dinámicas y tendencias de las redes sociales, llevaron a que dos de las palabras finalistas de este sorprendente año bisiesto fueran Brexiteer (persona a favor del brexit) y Latinx (persona de origen latino), coulrophobia (miedo extremo a los payasos) pero sobre todo, a que la gran ganadora haya sido Post-truth, la cual está particularmente relacionada con el sustantivo “política”.
Evidentemente tiene una mayor relevancia debido a las campañas del Brexit, la presidencial de Estados Unidos y me atrevo a añadir, las de los referendos realizados en varios países como fue el caso de Colombia. La palabra, aunque venía teniendo algo de popularidad durante la última década, llegó a su estrellato en el 2016.
La definición que da el diccionario Oxford es: adjetivo que se relaciona o denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes en formar la opinión pública que prefiere recurrir a sus emociones y creencias personales. Inicialmente puede parecer un chiste, como muchos de los últimos acontecimientos, o un sarcasmo de mal gusto de aquellos que analizan e investigan las fuentes requeridas para hacer la selección. Pero no es ni chiste ni es un sarcasmo. Es una dura realidad que refleja el estado actual de nuestras sociedades y sus valores predominantes que admite, e incluso auspicia, el que se adelanten campañas basadas en insultos, mentiras, matoneo, uso de sobrenombres denigrantes, descréditos a los opositores, ausencia de plataforma, distorsión de la realidad, la historia y de los hechos y a nadie le importa.
Y lo que es peor, como la política es dinámica en todas partes del mundo, en aras del “bienestar general”, esas mismas personas que se han arrastrado a lo más bajo en su vocabulario, insultos y oprobios, son los que al día siguiente se dan la mano y establecen alianzas, lo justifican haciendo un reconocimiento de todo lo maravilloso que tiene ese ser al que insultaban con tanto ahínco el día anterior. Cuál es la versión que debemos creer, la primera con la cual manipularon emociones e información que de ninguna forma estaba soportada en hechos reales, o la nueva versión que nos dan después de hacer logrado sus objetivos, aplicando la maquiavélica regla de que el fin justifica los medios. Todos somos responsables de permitir que ello pase al no exigir que se hable con la verdad soportada en hechos reales, al conformarnos con información superficial de trinos y reenvíos de trinos, o puesta en cualquiera de las redes sociales sin que ni siquiera nos molestemos en hacer una verificación de la información.
¿Cómo, de la noche a la mañana, una cantidad de extraños muchas veces inescrupulosos, se ganaron nuestra confianza, no solo para creerles lo que se les ocurra decir, sino aun peor, para direccionar la manifestación de la voluntad de muchos al consumo, a las creencias e incluso a la toma de decisiones? ¿Por qué hemos de creerles a esos extraños si muchas veces nos cuesta creerles a aquellos que tenemos cerca y que conocemos de tiempo atrás? ¿Qué fue lo maravilloso que hicieron para ganar nuestra confianza incondicional? ¿A eso ha llegado nuestra credibilidad?
Hay esperanza, si hacemos el esfuerzo de informarnos adecuadamente, de hacer las distinciones de lo falso y lo real, de lo que realmente nos importa, de entender que la vida no es un reality en el que lo que más vale es lo que más brilla, de no creer todo lo que se dice. Hay esperanza si le damos relevancia a los verdaderos valores, a los nuestros. Nos lo debemos a nosotros mismos pero sobre todo se lo debemos a los jóvenes, a nuestros hijos a las nuevas generaciones.